Mayo, 2016
—Ella es… perfecta —exclamó el joven de
ojos grises con una sonrisa torcida en los labios, respondiendo a la pregunta
que aún flotaba en el aire—. Me adora, le gusta todo lo que hago. Está
estudiando literatura en Valenciana y le gusta que le cuente mis historias, se
ríe de mis chistes y cree que soy genial. La conocí en el teatro, es una
artista. Le prometí que si un día estoy tan enamorado como para casarme con
ella le haré una galleta gigante, como las que aparecen en la televisión…
Cada palabra que él profería taladraba los
oídos de la muchacha que dejaba de escucharlo fingiendo, neciamente, estar
bien. “Yo también te adoro”, pensaba ella, “adoro tus historias, tus estúpidos
y molestos chistes. Adoro tu voz pastosa, tu cabello descuidado, tu risa. Yo
también creo que eres genial, estúpido bastardo insensible”.
La chica respiró profundo sintiendo como se
formaba un molesto nudo en su garganta y cómo las lágrimas amontonadas en sus
ojos oscuros comenzaban a nublarle la visión. Le ardía el rostro. ¿Cómo es que
había estado tan ciega para dejarlo ir? ¿Cómo era posible que hubiera sido tan
necia como para convencerse de que lo suyo jamás podría funcionar? En cualquier
caso, se lo merecía. Se merecía cada corte que las palabras de su acompañante
provocaban en su alma, se merecía cada puñalada emocional que le perforaba el
corazón y se merecía aquella jodida sensación de ahogamiento.
Llevaba dos años de conocerlo y desde el
primer momento él había mostrado un insano interés en ella. Con el paso de los
meses, ella se acostumbró a encontrarlo en todas partes y a que él pasara de
todo con tal de estar a su lado. Juntos vivieron los meses más maravillosos de
la vida de la joven, siendo éstos una mezcla informe de ternura y pasión
desenfrenada, un torbellino desordenado de risas y frivolidades que jugaban a
ser serias.
Pero todo se fue al carajo finalmente, pues
después de muchas escapadas nocturnas por la zona olvidada de la ciudad, él se
atrevió a hablarle de amor; Ella, enfrascada en una relación enfermiza con su
pasado, decidió explicarle pacientemente que era totalmente imposible que ellos
llegaran a ser más de lo que eran en aquel entonces, porque él no era lo que ella necesitaba. Ese
había sido su más grave error, no tardó ni un mes en lamentarlo y en decidirse
a dejarlo todo de lado para volver a entablar su no relación con el chico andrajoso que le robaba el sueño. Él, si
bien mostraba cierto resentimiento, pareció recibirla con los brazos abiertos y
así, prontamente retomaron el ritmo de sus encuentros ocasionales.
Y por eso el golpe había sido tan fuerte
para ella. ¿Cuándo fue que aquella chica “perfecta” había aparecido en la vida
de su amante? No lo sabía, no había forma de saberlo en aquel momento; y
tampoco importaba. “El que se enamora pierde”, él se lo había dicho en más de
una ocasión y, ¡joder! Ella estaba perdiéndolo.
Tragando en seco se detuvo y fue entonces
que la pregunta más importante se coló en su mente: ¿Era ese el final para
ambos?
Segundos después él dejó de avanzar y se
volvió hacia ella para mirarla. Bajita y regordeta, con el largo cabello
castaño un poco enmarañado enmarcando su rostro lloroso. La quería ¿Cómo no iba
a quererla? Pero sabía que ella era como una maldita veleta: un día estaba
dispuesta a darlo todo por él y al día siguiente le decía que jamás podría
quererlo de verdad. Él simplemente se había cansado de creerle y en aquella
ocasión ya tenía a alguien. Si bien su nueva novia no era perfecta y era más un
pasatiempo, al menos era mejor que la niña pija y llorona que se encontraba a
su lado intentando convencerlo de sus sentimientos. Sin embargo, el verla ahí,
tan vulnerable y desgraciada, lo movió a actuar en contra de su resolución.
—¿Estás bien? —preguntó él muy a su pesar,
pues se había prometido alejarse de la chiquilla a la primera oportunidad que
tuviera y la pregunta en cuestión sólo era la llave para motivar un nuevo
acercamiento.
Ella alzó la mirada cristalina y lo jaló
del cuello de la sudadera.
—Lo siento —dijo con un hilo de voz antes
de ponerse de puntillas y estampar un beso torpe y desesperado sobre los labios
del muchacho.
Aquello fue una sorpresa para ambos. No
hubo respuesta inmediata y ella sentía que su corazón se caía a pedazos. Tras
unos segundos él la apartó y la miró con furia contenida mientras ella
reconstruía la careta que se había forjado con el paso de los meses y se
preparaba para alejarse y pretender que todo estaba bien. Fue entonces que él
la tomó del brazo y la obligó a mirarlo.
—Llegaste tarde —gruñó, jalándola para
besarla con furia arrebatada.
Ella se mostró sorprendida, pero respondió
a aquel impulsivo contacto con la misma intensidad. Sí, podía ser que hubiera
llegado tarde, pero no iba a rendirse y con cada movimiento que hacía se
esforzaba por demostrarlo. Él había se había cansado de esperar a que ella
tomara una decisión, ella estaba determinada a demostrarle que esa decisión era
real.
Al cabo de unos minutos se encontraban
ambos escondidos en un rincón del parque, ella tenía los labios hinchados y la
mirada perdida hacia el infinito. Entonces decidió jugar su última carta,
esperando que los acontecimientos viraran a su favor.
—Entonces vamos a dejarlo, ¿no? —murmuró
con un dejo de amargura—. Ella es perfecta, no necesitas nada de mí. Espero que
seas muy feliz a su lado y que esto no se repita… sería una tontería de tú
parte arriesgarlo todo por mí y sería una estúpida y una maldita si te lo
permitiera.
Él la miró estupefacto ¿de verdad ella
estaba aceptando ser dejada? No, no podía terminar así. Debían darse un final
digno, algo memorable, al menos.
—Deberíamos hacer esto una última vez —dijo
con un aire de remordimiento cuando la muchacha comenzaba a ponerse en pie para
volver a su casa—. Ya sabes, por lo que nunca fue.
—¿Estás seguro? —preguntó ella, dudosa,
pues si iba a hacer aquello necesitaba saber que él tampoco quería dejarla.
—Sí…
El pecho de la chica se removió gustoso
mientras se aferraba a la camisa de su acompañante y se abalanzaba para llenarle
de pequeños besos, procurando, eso sí, no dejar ninguna marca sobre la sensible
piel del muchacho. Estaba decidida a hacer aquello, pero aun sabiendo que era
un juego sucio, pensaba jugar tan limpio como le fuera posible.
—Por nosotros —murmuró mientras él
comenzaba a acariciar sus gruesas piernas haciéndola estremecer—, por lo que
nunca fue.
Entonces comenzaron a caer pequeñas gotas
del cielo y él la besó con desesperación. No quería dejarla, no quería que ella
lo dejara; pero sabía que lo suyo no podía durar para siempre. Se prometió a sí
mismo que después de esa noche no volvería a buscarla, que la dejaría en paz y
que finalmente ambos lo olvidarían todo y conseguirían seguir sus vidas por
rumbos separados.
Sobra decir que al final todo se fue al
carajo y llegaron a un punto sin retorno, donde todo lo que ambos amaron una
vez fue corroído por el tiempo y por los resentimientos. Al final de esa noche,
cuando él se despidió atrapando su boca una última vez ambos pusieron su firma
sobre un triste contrato de negación.
Al final, esa fue la primera vez que
intentaron dejarse: su primera “última vez”.