sábado, 18 de junio de 2016

Un año y un día



Hace un año y un día exactamente que me prometí a mí misma alejarme de mis tres peores vicios. Y hasta hoy, lejos de la sombra de tus ojos, fue muy fácil y grato cumplirme a mí misma dicha promesa. Sin embargo, haré un esfuerzo sobrehumano y esta noche, en tu regazo, sucumbiré ante mis más fatales demonios: me fumaré entero el blanquísimo humo del cigarrillo que juguetea con tu boca y, después, me ahogaré dichosa en el vino de tu copa. Pero lo que es más importante, te digo que en esta noche de perdición cometeré el peor de los pecados: volveré a abrirte de par en par las puertas de esa utopía a la que los ilusos llaman, estúpidamente, corazón… Es igual, ¿sabes? Ya me tomaré yo otro año y otro día más para recoger los pedazos de este sueño, convertirte en poesía y volverte a vivir.

jueves, 16 de junio de 2016

El único beso

Septiembre, 2014.

¿El primer beso? Lo recuerdo tan bien como si hubiera sido el único, recuerdo siempre su gusto dulcísimo,  tan acorde a la situación como era el fresco a esa noche de primavera, tan feliz como una esperada buena noticia… El primer beso, el más ingenuo y dichoso, me supo a chocolate.

El segundo beso, el cual sucedió a los pocos días del primero, ya tenía el sabor agridulce de la desobediencia: era sumamente emocionante. ¿Yo? Me sentía hermosa, fuerte, en el espejo veía a una auténtica rebelde. En esos días nació mi hermana gemela: la cínica. Pero yo, yo me sentía feliz.

El tercer beso, y el que le siguió a ése, sabían como a mentira, a temor. Algo me faltaba, algo te faltaba para hacerme feliz… algo que tenías pero yo no podía ver.

Hubo más besos. ¡Claro que los hubo! Los hubo en la boca y en la frente, en las manos y en los ojos, en las orejas y en tu vientre. Los hubo en lugares que sólo tú podías encontrarme. Y los hubo también en todas partes. Tú tan impetuoso como Romeo, yo tan idiota como Julieta, y la ciudad entera, mi triste balcón… Esos besos sabían a gloria.

Después vino el secreto… y con él llegó también la metamorfosis: la seguridad se convirtió en miedo; la gloria, en vergüenza; y yo me convertí en este ente miserable que vivía entonces adorándote en las sombras del día, esperando el tiempo en que llegara esa noche en la que me extrañaras tanto como para bajar al abismo en que me encontraba y tomaras posesión total de lo que ya era tuyo antes de que yo naciera. ¡Vamos! Que esperaba a tenerte sentado en mi jardín para regalarte todo mi amor mientras me caía a pedazos e intentaba sonreír. Los besos de esa época poseían una belleza fatal, tenían el sabor de la tristeza. Esos besos sabían a tabaco, sangre, alcohol y sudor… a lágrimas.

Hace poco creí que volvíamos al inicio, a los besos de dulce y chocolate, creí que esta vez podría hacer todas las cosas bien, sin cinismo, sin mentiras, sin balcones ni tristeza; creí que entonces nunca tendrías que dejarme. Nuestros besos en ese entonces tenían el sabor de la esperanza… eran ambrosía y néctar de mis alas rotas… y yo era feliz, inmensamente feliz.

Pero todo pasa, y el primer beso de la noche de ayer me supo a amor.

Me supo a amor, y entonces comprendí que era imposible que tú me amaras, que sólo hay sitio en mi vida para la soledad y para las letras que nacen de ella; comprendí que yo había perdido en este juego hacía ya mucho, mucho tiempo. Y fue entonces que llegó el último beso.

El último beso fue el más bello y el más doloroso de todos los besos que me diste hasta el día de hoy, ese beso me llenó la garganta y los sentidos con el sabor amargo de la muerte, el miedo y el odio, ese sabor amargo del amor… ese sabor a hiel…

¿El último beso? Lo recuerdo tan bien cómo si hubiera sido el único, recordaré siempre su gusto amargo, tan acorde a la situación como era el frío a mi alma desnuda, tan triste como tus inesperados ojos angélicos al llorar… El último beso, el más etéreo y hermoso, me supo a ti.


Y ella gana.