Nadia era una
chica ordinaria, al menos eso era lo que a ella le gustaba pensar. Tenía
veintiún años y estaba estudiando una ingeniería en una universidad pública,
pasaba la mayor parte del año viviendo en la capital junto a un amigo suyo y el
resto del tiempo residía en su ciudad natal con su hermana y sus padres, una
terapeuta y un contador. A Nadia le gustaba ver películas (en su mayoría, malas
películas), a veces dibujaba y solía invertir la mayor parte de su tiempo en
leer; ella juraba que su única pasión era convertirse en escritora, algún día,
de alguna forma.
A lo mejor ese
era el problema.
Nadia no quería ser ingeniera, Nadia no podía ser escritora: Nadia sólo existía,
como una bolsa de basura flotando en el mar, como el recuerdo de un rumor que
alguien hubiera escuchado alguna vez. Nadia respiraba, estudiaba, dormía, comía,
reía y (sobre todo) lloraba.
La chica
detestaba llorar, pero lo hacía con una frecuencia que le resultaba alarmante.
A veces lloraba cuando abría los ojos por la madrugada y se quedaba mirando al
techo preguntándose si todo tenía algún sentido, lloraba cuando algo no salía
como esperaba, lloraba cuando se aferraba a su orgullo y evitaba pedirle un
poco de atención al chico que le gustaba, lloraba también cuando se tragaba su
orgullo y corría a refugiarse en sus brazos, lloraba cuando la dejaban plantada
y lloraba también cuando regresaba de algún lugar al que había ido con ánimos
de divertirse; lloraba con los créditos iniciales de las películas infantiles y
lloraba con los créditos finales de las películas “para adultos”. De vez en
cuando conseguía pasar una semana entera sin llorar, pero lo compensaba
llorando con cada comida la semana siguiente.
“Voy a estar
bien” Se repetía mentalmente, mientras intentaba recordar momentos en los que
todo había estado peor. “Siempre estoy bien, ¿no? Nunca se me va de las manos,
nunca he muerto y nunca he acabado en un hospital… Voy a estar bien.”
Pero, aunque
casi nunca lo admitía literalmente en su pensamiento, era totalmente consciente
de que las “situaciones” de los últimos meses comenzaban a escaparse totalmente
de su control y que, si no había acabado en el consultorio de algún médico era solamente
porque era lo suficientemente frívola como para no hacer cosas realmente
peligrosas, que tuvieran consecuencias que ella tuviera que afrontar luego. Lo
hacía así, porque sabía que entre más gente se metiera sería peor.
“Deja que los
que te aman te apoyen”, le había dicho una mujer arruinada cuando ella tenía
quince y decidió darle una oportunidad a la terapia; lo único que Nadia
aprendió esa vez (además de que no era material “curable”) es que se sentía
mucho peor ver como las personas a las que ella quería intentaban entender,
dolía mucho más ver como perdían la paciencia y era horrible sentir a cada
segundo la necesidad de gritarles que la dejaran sola, que no valía la pena.
Dolía más ver como lentamente comenzaban a rendirse con ella, a cansarse de su
histeria y a alejarse, porque no podían entenderlo, porque tal vez alguien más
podría soportarla.
Por eso era
mejor no dejar a nadie entrar, fingir que todo estaba bien. Bromear y reírse de
cualquier estupidez. No expresar nunca opiniones demasiado contundentes y no
esperar, bajo ningún concepto, que alguien realmente pudiera entenderla y ayudarla.
Era su basura, sólo a ella le correspondía intentar deshacerse de ella.
Pero las cosas
empeoraban lentamente. Las marcas de sus “ataques” comenzaban a notarse más que
nunca y ella sabía que no podría mantener lejos a las personas que amaba, ni a
los que la amaban. Iban a entrar, iban a ver la peor faceta de su personalidad
y finalmente iban a soltarla, iban a dejarla sola, sintiéndose impotentes y
cansados… decepcionados.
Nadia no quería
eso, Nadia estaba casi segura de que no podría
con eso.
—Lo siento —le
había dicho a una de sus mejores amigas, después de confesarle que no todo iba
bien—, me gustaría ser un poco menos… histérica.
Su amiga había
reído. “No eres histérica”, le había dicho.
Pero Nadia no
estaba bromeando, Nadia hacía lo único que le salía bien en los últimos meses:
lloraba.
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