miércoles, 3 de mayo de 2017

El beso de Wendy

(Mayo, 2013)

—Está claro, en serio. Deberíamos olvidarlo todo, ¿comprendes?

Lo murmuró con su característico y chocante cinismo, con ese tono que evidenciaba lo iluminada que se sentía. Yo la miré con detenimiento, la sentí a través del vacío y comprendí que esta vez ella iba en serio con eso de “terminar”. Su cabello alborotado decoraba, como siempre, sus mejillas, enmarcándolas entre mechones azules y cobrizos; pero su rostro era más afilado que cuando la conocí; menos de niña, más de mujer.

Un estremecimiento me recorrió la columna vertebral al pensar que, ciertamente, ella era toda una mujer porque yo me había encargado de ello. Lo medité un segundo, me sentía… ¿orgulloso? Quizá.
Infravalorado, probablemente.

El hechizo de su voz se perdió cuando me encontré atrapado entre sus pupilas. Besarla, sí, eso era lo que quería; besarla y echarle en cara lo que ella ya bien sabía: que lo nuestro no podría terminar jamás, que mientras sus ojos oscuros vivieran en mi memoria yo sería suyo, incluso si me acostara con todas las mujeres de la tierra, que mientras yo fuera capaz de sentir, ella siempre me pertenecería enteramente a mí, que me pertenecería como no podría pertenecerle jamás a ningún otro hombre o mujer.

—Lo entiendo —confirmé, y sentí como el odio que sentía por ella comenzaba a crecer a pasos agigantados—, tienes razón; deberíamos olvidarlo todo. Esta vez trataremos un poco más en serio, ¿te parece, querida?

Esa fue mi sentencia, y sus ojos heridos y firmes como dos pozos de oscuridad se mantuvieron mirando los míos. Entonces dio una cabezada seca, hizo un ruido extraño con la garganta y haló de mi para darme el beso más gélido y lascivo que jamás recibí. Me besó con rencor, con rechazo y con reproche. Me besó posesivamente, como una gata protegiendo su propiedad. La besé con todo el odio que pude imprimir en mis labios, con nostalgia y con todo el amor que sentí en la vida; la besé como si fuera la primera vez y, asegurándome de que nuestro tácito arreglo de despedida había quedado perfectamente claro, me despedí de ella mucho antes de que saliera el sol, tomando mis cosas y escapándome, como tantas veces, por la puerta trasera.

Lo que ninguno de los dos sabía era que aquella sería la última de todas las veces y de todas las cosas…


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