lunes, 26 de junio de 2017

A 200 km/h en el carril equivocado


Busco sin descanso, con la mirada perdida escrutando el frío trozo de cristal, en el momento justo en el que los segundos se precipitan hacia su ineludible muerte en el intermedio.

Llegará. Pronto.

¿Qué es lo que estoy buscando? Una promesa, un sueño, una mentira o un secreto; quizá el pecado, quizá la penitencia. Suspiro, le vendo una ojeada indiscreta al pasado y me encuentro entonces con camisas blancas y pasillos cuadrados, con ideales obtusos y con virtudes sin alma: Veo con determinación las cuencas vacías de la comodidad, de la negligencia y la evasión.

No volveré jamás.

No, jamás admitiré en voz alta que tengo miedo, pero en el silencio me veo obligada a confesar que estoy aterrada. Un estremecimiento recorre toda mi columna vertebral ante la sola idea de volver a estrellarme contra la realidad porque, aun cuando no es la primera vez que hago esto, no me resulta ni un poco grata la perspectiva del choque, el preludio para desaparecer inevitablemente.

Pienso sin descanso, con el alma perdida revisando los fragmentos de un corazón helado, en el instante preciso en que tomo, sin aceptarlo, un voto inquebrantable.


Porque cuando un va a doscientos kilómetros por hora en un carril equivocado, las consecuencias sólo pueden ser concluyentes.

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